Érase una vez, en un tiempo no muy lejano, una aficionadilla repostera que quería hacerle a su marido una rica y original tarta de cumpleaños. Ella tenía una idea rondándole la cabeza, para lo cual horneó, rellenó y cubrió una rica tarta de chocolate con confitura de fresa de forma cuadrada. Pero, por motivos técnicos y artísticos que voy a pasar de largo, decidió que no podía ser. Así pues, la noche anterior al cumpleaños empezó a darle vueltas (a las ideas, no a la tarta, que seguía en la nevera) sin saber muy bien cómo podía decorar aquel postre cuadrado de una manera vistosa. Una idea... ¡buf, qué soso! Y otra idea... ¡buf, no me da tiempo! Y otra idea.... ¡buf qué sueño tengo! -Lo voy a consultar con la almohada - se dijo. Y se fue algo preocupada a realizar la consulta. También lo había hablado con su hija, que, esta vez, en lugar de ayudar, la apremiaba, porque la celebración era ¡ya! y necesitaban una tarta "digna" para su padre.
A la mañana siguiente...
La almohada, ideas ideas... pues no le dio muchas, pero le dio descanso (fundamental) y un poco de confianza en sí misma, otro ingrediente indispensable, ¡que lo sepáis!
¡Tormenta de ideas! Cuadrada, cuadrada, cuadrada... ¡formas geométricas! Siempre había querido hacer una de esas coberturas que dan la impresión de cubos, que a veces se ven hacia dentro y a veces hacia fuera, según cómo se miren o quien los mire. ¿Y por arriba? Consultó con Internet. ¡Ya está! Y decidió continuar con esas imágenes de ilusiones ópticas que tanto nos gustan a los psicólogos, y a los demás también. Sí, esas donde todas las líneas, en este caso las rojas, son paralelas pero no lo parecen.
Y de este modo, a lo largo y ancho de la mañana, hacendosa ella como siempre, cuadradito a cuadradito y rombito a rombito fue colocando todas las piezas como si de un puzzle se tratase. Por cierto, el cumpleañero era muy aficionado a esos rompecabezas en 3D que da mucho miedo deshacer por si luego al montarlos sobran piezas. ¡Menos mal que el tamaño era pequeño, y que la tarta no era borracha!, porque estas decoraciones pueden tener efectos secundarios en primer lugar para quien las hace.
Y todavía habrá quien dirá aquello de "eso está todo hecho con cortadores". ¡Pues claro! Y los azulejos vienen hechos de fábrica, pero luego hay que alicatar la pared.
Los cuadraditos le recordaron un poco el juego del ajedrez, y ya con el mareo, la vista a cuadros y por dar un toque graciosillo, se preguntó qué pasaría si unas figuras de ajedrez de repente se encontrasen con este escenario. ¡Menuda idea! Pues seguro que totalmente desestabilizadas, la mayoría se habrían caído con pavor en este "derretimiento". Un caballo por aquí, un alfil por allá, algún que otro peón agarrado, ni siquiera de los reyes se sabe... Sin saber por qué, y desde luego sin tener en cuenta para nada las reglas del juego, le gustó pensar en las reinas como las últimas en abandonar ese surrealista tablero.
Y de sus manos surgieron unas simbólicas y modestas figuritas, que lejos de aspirar a ser unos perfectos modelados pretendían representar aquel asombro e incertidumbre con sus caritas de mareo ante semejante ilusión óptica.
- ¡Ay Reina! que todo se me mueve. Y mis piezas por ahí...
- Dímelo a mí, que me estoy poniendo gris.
En esta escena, el cumpleañero sopló las velas correspondientes, se desarmó el rompecabezas pero cortado a cuchillo para repartir porciones y las reinas fueron indultadas. Quizás en otra partida se sientan mejor.
Y colorín colorado, esta tarta se ha acabado.
Espero que le haya gustado mucho y a vosotros también. No os mareéis...
Los infinitos caminos de la creatividad...
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